|
¡Los hay peores que yo!
«No creo en el más allá, pero suponiendo que me equivocase, no me va a decir que un tipo como yo, que lucho por la fraternidad, la justicia y el progreso, vaya a ir al infierno... Entonces, ¿para qué sirve todo el bien que hago?». Así me hablaba un compañero de trabajo, muy agradable y amable con todos.
Este argumento puede parecer seductor: «¡Incluso si yo no creo en Dios, él creerá en mí!». Puede corresponder con la idea que nos hacemos de la justicia: «¡Los hay peores que yo!». Pero debemos reconocer que este argumento es pretencioso. ¿Cómo puedo imaginar que Dios se dejará impresionar por mis «cualidades»?
La mayoría de las religiones motivan al hombre a hacer esfuerzos para alcanzar la perfección. En el texto citado hoy, el que se había colado entre los convidados a la boda estaba vestido con su ropa personal, quizá de mucho valor, pero inaceptable para el rey. Aquí el rey representa a Dios, y esa ropa simboliza nuestros méritos personales. Pero Dios es santo, y nuestros pecados siguen ahí. ¡Cómo podría él pasar por alto el mal so pretexto de que nosotros también hicimos cosas buenas!
El Evangelio nos revela la santidad de Dios, pero también nos muestra su amor. Todos los hombres son pecadores e incapaces de borrar el mal que hicieron. Sólo Jesucristo pudo hacerlo en la cruz. “La sangre de Jesucristo... nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Este fue el precio que nuestro Dios pagó para ofrecernos gratuitamente «los trajes de boda».
Oseas 9-10 - Filipenses 1 - Salmo 107:17-22 - Proverbios 24:5-6
Comenta y Comparte en Facebook: