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Un encuentro inevitable
En la sala de una cafetería, unos hombres jugaban a las cartas y hablaban estrepitosamente. Repetidas veces se oía el nombre de Jesús, pero sobre todo para avivar las burlas. Esto me recuerda un versículo de las Escrituras: “Me zaherían en sus canciones los bebedores” (Salmo 69:12).
Uno puede tratar de alejar a Jesús de su vida, quizá burlándose de él, porque le parece molesto e incómodo. Pero de todos modos un día tendrá que encontrarse con él. ¿Dónde y cuándo? Ahora, mientras todavía estamos en la tierra, podemos tener un encuentro con el Salvador que ofrece la salvación a todo el que cree. De otra manera más tarde, en el último juicio, tendrá que verlo cara a cara como el juez inflexible de todos los que hayan rechazado o despreciado la salvación ofrecida. ¡No habrá ninguna posibilidad de apelación!
¡Sí! Esta cita es inevitable. ¡No habrá forma de escapar a ella! Aquel a quien no quisieron reconocer como el Salvador que propone su gracia y su perdón, se hallará en la posición de un juez inexorable. Los que lo hayan rechazado estarán obligados a echarse a sus pies, y no tendrán ninguna excusa: la salvación que rechazaron, a ellos también les fue ofrecida gratuitamente.
Por el contrario, los que en la tierra hayan recibido a Jesús como su Salvador, le contemplarán en su gloria. Verán en sus manos la marca de sus clavos, recuerdo eterno de su muerte expiatoria en la cruz. Se postrarán ante él y lo adorarán.
“De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Romanos 14:12).
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