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Una curación completa
Hace poco uno de mis amigos tuvo una enfermedad rara. Se sentía sin fuerzas y tosía continuamente. Siguió varios tratamientos, pero todos resultaron ineficaces, hasta que un médico le diagnosticó una enfermedad infantil llamada tos ferina (o coqueluche) y le dio el remedio apropiado. Después de tantos días de incertidumbre, ¡qué alivio ser curado definitivamente!
Quizás en mi vida haya algo que no va del todo bien. No se trata de una enfermedad ordinaria, sino de un malestar interior que me oprime y que nada puede hacerlo desaparecer: ni mis esfuerzos para tener una vida honesta, ni la educación, ni el dinero han podido dar el verdadero remedio. No existe nada que pueda detener ese mal profundo que siento cada día más... ¿Estoy condenado a vivir así, sin fuerza moral y sin esperanza de ser curado?
No, porque hay un Médico divino, Jesucristo. Él dio un nombre al mal que tengo: es el pecado. Y me propone un remedio eficaz y definitivo: la fe en él y en su sacrificio. Cristo, cuando yo todavía estaba sin fuerzas, murió por los incrédulos más tenaces, como yo (Romanos 5:6). Si le confieso mis pecados, él me purificará (1 Juan 1:9), y experimentaré la verdadera curación.
La tierna voz del Salvador,
nos habla conmovida:
Venid al Médico de amor,
que da a los muertos vida.
2 Crónicas 14 - 1 Corintios 7:1-24 - Salmo 102:1-8 - Proverbios 22:10-11
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