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El espíritu, el alma y el cuerpo son uno (1)
Algunos ancianos tienen un rostro hermoso. Aunque esté cubierto de arrugas, refleja una belleza interior. Igualmente, cuando nos encontramos con una persona llena de bondad, generosidad, abnegación hacia los demás, capaz de perdonar, vemos que su rostro, por poco agraciado que sea, refleja una bondad luminosa. Esta belleza nos atrae porque ese rostro irradia el gozo y la serenidad, aunque puede estar empañado por el sufrimiento físico o moral.
Nuestro cuerpo, y especialmente el rostro, expresa algo de nuestra historia moral y espiritual. A veces la gente opone el cuerpo, la parte material, al alma y al espíritu, la parte inmaterial; sin embargo las dos partes están vinculadas para formar el ser humano.
En la Biblia, el hombre es considerado como un conjunto: su cuerpo y su espíritu y alma están íntimamente ligados. Desde el momento en que perdemos de vista este vínculo, oscilamos entre dos posiciones extremas: o vemos el cuerpo sólo como la cárcel del alma, o negamos la realidad misma del alma y hacemos del cuerpo un dios. Lo denigramos o lo exaltamos, lo vemos como una atadura o lo consideramos como un valor absoluto.
Los cristianos somos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo, ese cuerpo que es “templo del Espíritu Santo” y que está reservado para la resurrección. Por ello debemos cuidarlo y no mancharlo con la impureza. ¡Pertenecemos al Señor, cuerpo, espíritu y alma!
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