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¿Por qué me has desamparado?
Este clamor está en el centro de las siete frases que Jesús pronunció en la cruz. Esta frase la dirigió a Dios y no a su “Padre”. La pronunció después de haber atravesado las tres horas de expiación. Allí, identificado con el pecado, el Señor tuvo que ser abandonado por Dios mientras sufría la sentencia de la justicia divina sobre el pecado, sobre nuestros pecados. Pero ese clamor da testimonio de la entera confianza de Jesús en Dios, pues oró y le llamó “Dios mío” hasta el final.
Cuando Pilato dijo a Jesús: “¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?”, Jesús respondió: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:10-11). Había afirmado lo siguiente con respecto a su propia vida: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18).
Estos acontecimientos se desarrollaron en la tierra, y los hombres parecen ser los actores de la muerte del Señor. Pero en realidad la obra de expiación en la cruz es totalmente la obra de Dios. La muerte de Jesús es única. Al final, Jesús declaró: “Consumado es”, inclinó la cabeza y entregó su espíritu al Padre (Juan 19:30).
Su muerte es totalmente diferente a la de los hombres, para quienes ella pone fin a su vida terrenal. La muerte de Jesús tiene otro sentido. Él se ofreció a sí mismo a Dios, sin mancha, en sacrificio para borrar nuestros pecados. Conduce a la resurrección y abre la puerta de la esperanza.
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