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El misterio del sufrimiento
Un día u otro nos sucede una desgracia; el sufrimiento es desgarrador... Todo se derrumba y surge la pregunta: ¿por qué?, y sobre todo, ¿por qué yo? ¿Qué pude haber hecho mal?... Surge el desánimo, a veces la rebelión mediante la cual acusamos a Dios: «Si Dios existe, esto no debería...».
Nos compadecemos respecto a la persona que sufre. Sentimos que se trata de un misterio, el misterio de la vida, el misterio de cada persona. Incluso si tenemos una queja contra el que sufre, rápidamente la dejamos de lado y le manifestamos simpatía.
La pregunta sobre el porqué del sufrimiento permanece. Y es a Dios a quien debemos hacérsela y esperar de su mano la salida.
Así oraron hombres de fe como Job, David... Lloraron y dijeron a Dios lo que no podían decir a nadie más. Sus preguntas eran la expresión de su fe ante una situación muy difícil. Dios no les dio explicaciones sobre el porqué del sufrimiento, pero fortaleció su fe y su confianza. “Yo sé que mi Redentor vive”, dijo Job (Job 19:25). “En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios... Y mi clamor llegó delante de él”, dijo David (Salmo 18:6).
El Hijo de Dios vino a nuestro mundo para acercarse a nosotros. Lloró de compasión y sufrió clavado en una cruz. Allí venció a Satanás, el maligno. Borró el pecado cargando con él, para así abrir la puerta de la vida eterna, pero también la del auxilio diario, a todos los que confían en él.
2 Crónicas 10 - 1 Corintios 3 - Salmo 99:6-9 - Proverbios 22:3-4
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