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El piloto invisible
Ernesto tenía un carácter violento y había causado muchas preocupaciones a su familia. Le gustaba mucho el mar, por ello se fue a trabajar como pescador a un barco. Desde hacía varios años surcaba los océanos. Jacinto, su compañero, había intentado inútilmente hablarle de Jesucristo.
Una noche se levantó un huracán en alta mal. Ernesto y Jacinto estaban al timón. Para salvarse sólo tenían una solución: tratar de llegar al puerto más cercano. Pero una enorme ola barrió completamente la cubierta y precipitó a Jacinto a las turbulentas aguas.
¡Era imposible que Ernesto encontrara a su compañero en medio de semejante tempestad! Tuvo que agarrarse fuerte al timón y luchar desesperadamente para llegar a la costa. ¡Qué largas fueron esas horas en las que, aferrado al timón, trató de vislumbrar el mínimo resplandor en medio de la oscuridad! Entumecido por el frío, azotado por los chorros que caían en su rostro, desesperado y sin fuerzas hizo lo que jamás pensó que haría, clamó: «¡Oh, Dios! ¡Ayúdame!».
«Sucedió algo extraño, recuerda. El timón giró más fácilmente, como si un firme puño lo mantuviese, y el barco cambió ligeramente de trayectoria. Luego el viento se calmó, ¡estábamos en el canal! ¡Sabía que Dios mismo me había socorrido!».
La vida de Ernesto cambió totalmente. A menudo hablaba del Piloto invisible que lo condujo hasta el puerto, y de Jacinto, ese compañero que le habló del Salvador a quien amaba y al lado del cual estaba ahora.
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