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Una muerte súbita
Esta mañana uno de mis compañeros de trabajo estaba muy turbado; acababa de enterarse de la repentina muerte de su cardiólogo, causada por un infarto. Fue encontrado muerto al lado de su cortacésped. Sin embargo, ese médico era competente; había examinado a mi amigo la semana pasada y lo había tranquilizado. Pero no había podido prever su propia muerte…
En el lugar de trabajo la conversación estaba muy animada, todos estaban de acuerdo en afirmar que «no somos nada». Sin embargo, este acontecimiento pronto se olvidará y nadie hablará más del asunto.
¡Qué inconstante es el hombre! Si la muerte le toca de cerca, se conmueve y se inquieta, pero luego prefiere pasar la página y ocupar su mente con temas menos inquietantes. Sin embargo, a través de estos acontecimientos Dios lo invita a reflexionar y a prepararse para el día de su propia partida. Nadie sabe cuándo ni cómo será su fin, si lo verá venir mediante la enfermedad o la vejez, o si lo sorprenderá brutalmente. Por lo tanto, no hay que esperar a estar enfermo o sin fuerzas para arreglar sus asuntos con Dios. Porque “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).
Amigo lector, en vez de ser su juez mañana, Jesucristo quiere ser su Salvador hoy. ¡Acepte su gracia!
“¿Qué debo hacer para ser salvo?… Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:30-31).
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