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La muerte vencida
El cuerpo de Jesús, bajado de la cruz, fue puesto por manos amigas en una tumba nueva, tallada en la roca. Luego, una pesada piedra circular fue puesta allí para cerrar la entrada. Tras esta triste escena, transcurrió el día sábado.
Muy de mañana, el primer día de la semana, es decir, el domingo, algunas mujeres fueron a la tumba para embalsamar el cuerpo de Jesús. El sol salía cuando ellas llegaron… Pero, ¿qué había sucedido? La tumba estaba abierta y el cuerpo ya no estaba allí… Sorpresa, pavor, admiración… ¡El Señor había resucitado!
Los testimonios se sucederían durante todo el día. Primero, los ángeles anunciaron la noticia a las mujeres. Luego, Jesús mismo se apareció a María Magdalena, y más tarde se apareció a dos discípulos en el camino a Emaús. También se apareció a Pedro en un encuentro que permaneció en secreto. Por último se presentó en medio de sus discípulos que estaban reunidos en un lugar seguro, y les dijo: “Paz a vosotros” (Juan 20:19). Les mostró sus manos y su costado que llevaban las marcas de la cruz.
Escépticos y temerosos, los discípulos no se dejaron convencer fácilmente. ¡Sin embargo no había duda de que era realmente él! ¡El Maestro por el que habían llorado estaba realmente ahí! Él les había anunciado su resurrección, pero sus corazones habían permanecido tristes e incrédulos.
Más tarde el Señor fue visto por más de quinientos creyentes a la vez (1 Corintios 15:6).
Jesús resucitado vive para siempre y es el fundamento de nuestra fe. La muerte está vencida para todos los que creen en él, pues él les da la vida eterna.
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